Un susurro entre las montañas

 

Cuando Tina desplazó la pesada baldosa suelta en el suelo del almacén, no imaginaba que aquel trozo de papel amarillento, y casi ilegible, que encontró la vincularía con un antiguo secreto familiar. Llevaba varios meses trabajando en la recepción del Hotel Internacional de Canfranc y, desde el primer día, sintió que aquel lugar desprendía una energía especial, una mezcla de historia, misterio y aventura que la atraía de manera inexplicable.

Desde siempre había escuchado historias sobre ese emblemático edificio, pero las más queridas eran las que su madre, Nesi, le contaba sobre su bisabuela Rosa. Nesi le hablaba con admiración de aquella mujer fuerte y decidida que viajaba casi a diario desde Castiello hasta Canfranc con su mula para vender en el hotel las verduras y hortalizas recogidas en el Vado. A lo largo de los años, Tina había aprendido de su madre el amor por la historia de su familia y por aquellas montañas que las habían visto crecer. La conexión entre madre e hija se fortalecía con cada relato compartido y con cada paseo que hacían juntas por los caminos de su infancia.

En tiempos de guerra, Rosa demostró una valentía admirable. A pesar de la tragedia de perder a su hijo pequeño en un accidente, nunca dejó de luchar por su familia. Ni el hambre ni el miedo a los soldados alemanes, que deambulaban por los pasillos de la estación ferroviaria con movimiento firme, lograron detenerla. Tina pensaba en ella cada vez que cruzaba la imponente entrada de la estación, ahora reconvertida en hotel. Aquel edificio, inaugurado en 1928 por el rey Alfonso XIII, había sido testigo de innumerables historias, algunas conocidas y otras enterradas en el silencio.

Canfranc se había convertido, a lo largo de la historia, en un lugar de encuentro entre gentes procedentes de diferentes puntos de la geografía internacional. Enclavada en medio de El Camino de Santiago, esta población servía como fuente e inspiración de emocionantes cuentos y leyendas. Actualmente, turistas y peregrinos se acercaban hasta el hotel para admirar la gran belleza del lugar y Tina siempre tenía tiempo para entablar animadas conversaciones con muchos de ellos.

Esa mañana, mientras tomaba un descanso, sacó discretamente el papel del bolsillo de su chaqueta. Su corazón latía rápido. No entendía bien el contenido, pero intuía que era importante. Lo acarició con la yema de los dedos mientras sorbía su café caliente, mirando por la ventana de la sala de personal. Su madre siempre le había dicho que el pasado tenía formas extrañas de hacerse presente, y ahora comprendía lo que significaba. El paisaje que veía desde allí le transportó a su infancia, a los días felices en la ludoteca mientras Nesi trabajaba en la famosa empresa de educación ambiental ubicada en la localidad. De los juegos inocentes pasó a las largas caminatas recorriendo, con sus padres y hermanos, los senderos de la fuente de Elvira, la casita de Buenavista, la caseta del Vasco, la fuente del Centenario o la cascada de Estiviellas. La montaña siempre había sido su refugio, su consejera en los momentos de duda. Los valores de respeto y de protección hacia ese entorno de gran valor paisajístico y medioambiental le habían acompañado desde que tenía uso de razón. 

El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Contestó y, al otro lado de la línea, una profesora preguntaba por la estancia de un grupo escolar. En ese momento, algo encajó en su mente. Recordó las tardes en las que su madre le hablaba sobre su yaya Sari, maestra en Canfranc, quien, a pesar de los duros inviernos y las calles cubiertas de nieve, nunca faltó a su misión de educar a los niños de la posguerra. Comprendió que, así como su abuela había encontrado su vocación en la enseñanza, ella también debía encontrar su propio camino. La literatura y la memoria serían su guía.

Miró nuevamente el frágil pedazo de papel y sintió un escalofrío. Sabía que, de alguna manera, ese pequeño trozo de historia la llevaría a descubrir mucho más que un simple secreto familiar. Sería la primera piedra sobre la que escribir la historia de cuatro generaciones de grandes mujeres que caminaban sobre la huella de sus antepasados, cuyas voces aún resonaban entre las montañas como un susurro antiguo que atraviesa el viento, y que les guiaba para conseguir los logros del futuro. 


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