EL ARTE DE LA ESPERA

En un mundo que nos empuja constantemente a avanzar, elegir y definirnos, a veces el mayor acto de valentía es detenerse. El arte de la espera es una reflexión íntima sobre el sentido de pertenencia, la identidad, y la belleza de los momentos en los que no sabemos con certeza hacia dónde vamos.

¿Se pertenece a un lugar por derecho, por memoria, por deseo? ¿Puede una raíz crecer lejos del árbol? ¿Puede el alma echar anclas donde el cuerpo nunca nació?

Estas preguntas me siguen como sombras al atardecer. No tienen prisa, no piden respuestas, solo susurran. Desde hace tiempo me acompañan, persistentes, suaves. Y aunque a veces creo tenerlas en la palma de la mano, se deshacen como arena entre los dedos.

No estoy sola en esta búsqueda. Mujeres de otros tiempos y otras geografías también escucharon estas voces interiores. Elizabeth Gilbert, tras un corazón roto, partió en busca de placer, de silencio y de sentido. En sus pasos por Italia, India e Indonesia dejó una estela de preguntas parecidas a las mías.
Dervla Murphy, sola en rutas polvorientas, cruzó continentes como quien atraviesa espejos. Su hogar fue el trayecto, su techo el cielo cambiante.

Como ellas, también yo me encuentro ahora ante un cruce de caminos.
Lo vivido —intenso, hermoso, y recientemente muy doloroso— parece haberse recogido en sí mismo como una ola que regresa al mar. Y aquí estoy: en la orilla de algo nuevo. Todo lo anterior se siente como un preludio. ¿Y si apenas ahora empieza la verdadera historia?

No reniego de lo vivido. He amado profundamente, he crecido, me he transformado.
Pero hay días en que me reconozco en la mirada de aquella joven de veinte años: desorientada, expectante, con los pies suspendidos en el aire. Podría pensar que es una bendición, que lo incierto es fértil. Que cada bifurcación es una promesa. 
Y, sin embargo, aquí permanezco. En pausa. En vigilia.

Tal vez eso es lo que toca ahora: aprender el arte de la espera.
Cuando llegue el momento, lo sabré. Entonces volverá la Inesita viajera, la que sueña con los ojos abiertos y camina con el corazón por delante.

Mientras tanto, permanezco.
Contemplo lo andado, acaricio los recuerdos como quien toca las páginas de un libro amado.
Estoy lejos de mis montañas pirenaicas, sí, pero abrazada por una naturaleza nórdica que me susurra al oído que pertenecer, a veces, es simplemente sentirse en paz.

Vídeo resumen: Instagram

NOTA

Este texto nace de un momento de pausa, de esas etapas en las que más preguntas que respuestas ocupan la mente. Es un homenaje a todas las mujeres que, a lo largo del tiempo, han buscado su lugar en el mundo —y también a quienes, como yo, intentan aprender a habitar el presente sin certezas, confiando en que la dirección llegará cuando estemos listas.


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