DONDE HABITAN MIS MARIPOSAS

 





“Proteger nuestro crecimiento comienza con la mirada hacia atrás, con la pregunta de cómo se ha construido lo que ha llegado hasta aquí.”Esa cita es del último libro que estoy leyendo de Nazareth Castellanos, El puente donde habitan las mariposas, que, por cierto, me está encantando.

Desde hace unos meses estoy inmersa en un proceso de autoconocimiento, intentando encontrar respuestas a muchas preguntas, pero también buscando poner claridad en el camino del que vengo. En otros textos he hablado de mis aficiones deportivas en la infancia y adolescencia, como el esquí o la montaña, y de todo lo que han supuesto en mi crecimiento personal.

Tal como describe Naza en su libro, me está gustando girar la cabeza hacia atrás para contemplar de dónde vengo y todas las experiencias que me han curtido en el camino y que han hecho de mí la persona que soy hoy.

Este fin de semana he participado en la celebración del quincuagésimo aniversario del Grupo Folklórico Alto Aragón, un colectivo que nació en 1975 con el propósito de recuperar, revitalizar y poner en valor las costumbres y tradiciones de los valles pirenaicos. Cuando yo entré en el grupo, allá por 1983, ya se había consolidado una gran labor de investigación. Algunos de sus miembros fundadores habían recorrido pueblos y valles de nuestro querido Alto Aragón para conocer, de la mano de los más mayores, qué se cantaba, qué se bailaba y por qué se hacía. Al mismo tiempo, rebuscaban en las falsas de las casas las indumentarias tradicionales. Jubones, basquiñas y faldas se encontraban en viejos baúles, y así la recuperación de estas tradiciones era completa.

A lo largo de estas cinco décadas, el GFAA ha representado e interpretado esta valiosa expresión artística por toda la geografía nacional e internacional, cosechando numerosos premios y reconocimientos. La grabación y publicación de cinco discos son prueba y testimonio de toda una filosofía de vida por parte de sus componentes, que, aún después de tantos años, sigue tan viva como el primer día.

Mi paso por el grupo no fue muy largo. En 1988 me trasladé a vivir a Pamplona para estudiar en la universidad, y los ensayos de fin de semana se fueron espaciando. Participé en algún festival folklórico de forma puntual, pero mis aficiones e intereses me llevaron por otros derroteros. Aun así, siempre me he sentido muy unida al grupo y a sus gentes, que han rebosado simpatía y alegría cada vez que nos hemos reencontrado. La música y la danza pirenaica me han seguido en todas las etapas importantes de mi vida y siempre han estado allí cuando menos lo esperaba.

El día de mi boda fue especialmente significativo: Jorge y yo nos casamos vestidos con el traje tradicional de Hecho, y el grupo amenizó la ceremonia con música altoaragonesa. Casi treinta años después, este mismo grupo estuvo a mi lado en el momento más triste de mi vida: el día que despedí a Jorge en su funeral. La fortaleza para bailar la jota de Hecho en la iglesia, escoltada por los acordes de bandurrias, guitarras y acordeón de la rondalla y por las voces corales, me acompañará para siempre.

El sábado pasado, celebrando, recordé. Me vinieron a la memoria momentos inolvidables: aprendizajes, vivencias, viajes, anécdotas y un sinfín de emociones asociadas a todos ellos. Mi experiencia personal es solo una pincelada en la historia de este magnífico grupo. Y, pensando en Nazareth Castellanos y en todo lo que comparte en sus libros, tal vez esta mirada atrás —a mis años de adolescencia y a las etapas más significativas de mi vida— me ayude a seguir creciendo para poder seguir avanzando. No lo sé. Pero de lo que sí estoy segura es de que el Grupo Folklórico Alto Aragón tendrá siempre un lugar de honor en mi corazón.

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