A lo largo de la historia, miles de mujeres han tomado la palabra no para reclamar protagonismo, sino para dejar constancia. No eran escritoras profesionales, no tenían estudios literarios ni editoriales que las respaldaran. Eran madres, hijas, cuidadoras, trabajadoras. Y un día sintieron la necesidad de escribir. ¿Por qué lo hicieron? Tal vez porque descubrieron que la memoria, si no se pronuncia, se desvanece. Tal vez porque comprendieron que el dolor pesa menos cuando se nombra, y que la esperanza crece cuando se comparte. Escribir desde la experiencia personal no es un acto de vanidad, sino de supervivencia emocional. Es decirle al mundo: “Yo he pasado por ahí. Si tú también estás en ese camino, aquí tienes mis palabras como compañía.” Escribir no para destacar, sino para tender la mano. Con ese mismo espíritu nació mi primer libro, Senderos de Esperanza. Reflexiones de una montañesa en la travesía de los cuidados . Empecé a escribir un diario sin grandes pretensiones,...
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