POSTALES
La Gomera, Granada, la Costa del Sol,
Jaca, Oslo, Gotemburgo, Sudáfrica e Italia son algunos de los lugares desde
donde me han mandado una postal este año.
Recibir postales desde diferentes partes
del mundo tiene un sabor aventurero que te hace vibrar desde el momento en que
las sacas del buzón. Cada vez que llega una tarjeta nueva inicio el mismo
ritual. La leo despacio, observando con cariño el estilo de letra, me deleito
con el sello y me dejo llevar por el contenido del mensaje, como si a través de
sus palabras y oraciones me transportara al lugar de procedencia y me hallara
cerca del remitente. Son sensaciones que no siento cuando recibo un sms o un wasap.
Luego me voy a mi querida pared, donde
las tengo todas expuestas, y busco la mejor ubicación para colocarla. Una pared
de un pasillo que recorro varias veces al día. Es mi pequeño mural
internacional, con imágenes y dibujos que me hablan y me susurran historias de
amistad, de amor y cariño. Unos mensajes que me envuelven y me acompañan cada
día, a pesar de haber sido escritos a miles de kilómetros de distancia y en
diferentes momentos en el tiempo.
Me siento afortunada por mi pequeña
exposición de arte, pero, sobre todo, me siento enormemente agradecida por
formar parte de la vida de un puñado de personas que, de manera desinteresada,
han invertido un ratito de su tiempo libre en sus viajes o en sus vacaciones
para comprar una postal y un sello y compartir un pedacito de sus vidas
conmigo.
Arte y amistad se funden en una pared
mágica con el poder de hacerme volar por todo el globo terráqueo. Nunca el
viajar había sido tan gratificante. Gracias, postales. Gracias, personitas
queridas.
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