REGRESAR, AVANZAR

 



Apenas quedan unas horas para volver a la vida laboral después de unas intensas y emocionantes vacaciones. Han sido siete semanas de pausa, de reencuentros, de movimiento, de presencia. He recorrido distintos rincones de la geografía española: Murcia, Alicante, Jaca, Castiello, Villanúa, Canfranc, Astún, Somport, la Costa del Cantábrico y la del Azahar. Algunos lugares, nuevos y llenos de luz. Otros, repletos de recuerdos, de emociones.

He compartido comidas deliciosas y conversaciones inolvidables con personas que quiero y admiro. He caminado por montañas que acarician el cielo y he nadado largas distancias en aguas que parecían no tener fin. Me he dejado maravillar por paisajes que querían transmitirme algo solo comprensible desde la calma. He reído, he bailado, me he dejado contagiar por músicas de otros tiempos y otras tierras. He sido parte de ese bullicio alegre y caótico que define el verano en nuestro país.

Pero también ha habido momentos de silencio. Momentos de nostalgia profunda en los que me he emocionado y he llorado. He llorado bastante. Te he recordado tantas veces… Te he echado de menos con una intensidad que a veces dolía físicamente. He vuelto a lugares que solíamos recorrer antes de tu enfermedad, y en cada uno de ellos he sentido tu ausencia... y también tu presencia. Pero, para no perderme, he recurrido al agradecimiento. Me siento muy agradecida por haber compartido tanto contigo, por todos aquellos años en los que fui profundamente feliz. Te he sentido en cada pico, en cada arroyo. Pero sobre todo, te he intuído cada vez que una mariposa se cruzaba en mi camino.

Ahora, con la maleta a medio cerrar, aprovecho los últimos días junto al Mediterráneo. Me dejo abrazar por la brisa marina, acunar por el rugir de las olas. Los paseos matutinos por esta playa de piedras me llevan de vuelta a mi infancia, a los veranos eternos de los 70 y 80. Recuerdo correr descalza por aquí, la piel tostada de tanto mar. Montar mi BH roja sin casco, con mi hermana subida a la rejilla trasera. Jugar con la pandilla en una calle sin asfaltar, hasta que la noche se nos echaba encima. Años que dejaron en mí una huella profunda, que también me moldearon. Todo aquello me ha traído hasta aquí, a esta versión de mí misma: la Inés de agosto de 2025.

En este año de duelo, en medio de tanto dolor, los recuerdos del pasado regresan. Aparecen tímidos, difusos, pero poco a poco se hacen un hueco. Rellenan espacios que creía vacíos, aunque quizá nunca lo estuvieron del todo. La mente es curiosa: selecciona, ordena, trae a la superficie lo que necesita ser mirado. Y recordar me hace bien. Me ayuda a comprender de dónde vengo y quién soy. 

Sin embargo, empiezo a sentir la necesidad de mirar hacia adelante. Quiero distinguir el horizonte, entender el mapa. Pero el cielo sigue cubierto, el tiempo revuelto, y las nubes no dejan ver con claridad. La única certeza que me acompaña es el lugar donde estoy ahora. Y la estabilidad sigue viniendo de ese gesto sencillo y firme: comprobar que, delante de un pie, puedo poner el otro.

Seguimos.


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