VIAJE AL SUR: Málaga

 

LA RUTA DE LAS GRULLAS.

Viaje al sur

Málaga

Este es el primer capítulo de un viaje de las grullas suecas al sur de España. Es un vuelo por Málaga, una ciudad que huele a azahar, suena a guitarra y brilla con una luz que se queda en el alma.

 



JUEVES 23/10

Iniciamos nuestra gran aventura en Gislaved a las 15:30. Cilia, compañera del grupo de senderismo, nos conduce muy generosamente hasta el aeropuerto de Landvetter.  El vuelo transcurre sin contratiempos y aterrizamos sin problemas. Tenemos el corazón a tope de emociones por lo que dejamos atrás, pero también por todo lo que nos espera en los próximos días. 

MÁLAGA

Nos reciben en Málaga Silvia, la prima de Jorge, y su hijo Emilio. Nos conducen por las calles de la ciudad, dándonos un rodeo para enseñárnosla de noche. Nos reímos mucho durante el trayecto. Silvia tiene problemas de visión y va intuyendo el camino. Ella y Emilio son muy amables, cariñosos y alegres. Es una suerte seguir teniendo contacto con la familia de Jorge; me siento conectada con una parte de su pasado.

Llegamos al piso en la calle Juan de Padilla nº 22. Les entregamos un regalito que hemos traído de Suecia: una lata con galletas para una fika sueca. Ellos se marchan y nosotras nos instalamos. Estamos cansadas del largo viaje, pero no logramos dormir mucho. El piso está ubicado en pleno centro y, al ser jueves, hay gente de fiesta por las calles.

 

VIERNES 24/10

Desayunamos y damos un paseo por la ciudad. Vamos callejeando por el centro histórico, sorteando los naranjos con los frutos aún verdes y admirando las plazas llenas de vida, así como las fachadas de las casas con balcones y ventanas repletas de flores de mil colores.

Llegamos a la plaza de La Marina y pasamos frente a la estatua de bronce del escritor Hans Christian Andersen. La obra conmemora su visita a Málaga en octubre de 1862, que recogió en su obra Viaje por España. De esta ciudad andaluza, Andersen llegó a escribir: «En ninguna otra ciudad española he llegado a sentirme tan dichoso y tan a gusto como en Málaga». Marianne, Gunilla y Kerstin se sientan junto a la estatua y les hago una foto. Es la primera imagen que representará el cuento que vamos a escribir sobre nuestro viaje de aventuras por el sur español.

Seguimos paseando y llegamos al Parque de La Alameda, que alberga una gran variedad de árboles tropicales y subtropicales. Las aves cantan y amenizan el paseo, mientras la rica y exótica flora nos envuelve con su intenso aroma. Es todo un espectáculo. Nos sentamos a disfrutarlo en un banco y simplemente contemplamos la belleza que nos rodea.

En el banco de enfrente, dos ancianos, vestidos con ropa fresca y gorras típicamente andaluzas, conversan animadamente. Me pregunto de qué estarán hablando: quizá de sus actividades de jubilados, de las preocupaciones de sus hijos o de las alegrías de sus nietos. Me produce una ternura extraordinaria verlos y les hago una foto. Desde este ángulo se divisa una torre rectangular que se alza hasta el cielo, coronada por un minarete circular: es la torre del Edificio La Equitativa, uno de los más emblemáticos del paisaje urbano malagueño, construido entre 1951 y 1961 en un antiguo solar de la familia Larios. Estamos cerca del puerto; podemos oler el mar.

Guiadas por el sonido de las olas, nos dirigimos hacia la playa de La Malagueta. Hace mucho calor —28 grados— y nos apetece refrescarnos un poco. No llevamos bañadores, pero nos descalzamos y nos acercamos a la orilla. Sentimos el frescor del agua y, al caminar con los pies hundidos en la arena, nos acostumbramos poco a poco a la temperatura del mar: nos sienta estupendamente. En este paseo refrescante percibimos el olor de las sardinas asándose en los distintos chiringuitos. El hambre empieza a apretar, así que emprendemos camino hacia algún suculento lugar que calme nuestro apetito.

En el trayecto seguimos disfrutando de las maravillas históricas malagueñas. Al levantar la vista divisamos el monte Gibralfaro, en cuyas faldas se encuentra la Alcazaba, una fortificación palaciega de época musulmana, construida sobre una anterior fortaleza fenicia. En la cumbre se levanta el castillo que lleva el mismo nombre. Ambos, castillo y fortaleza, están unidos por una muralla zigzagueante llamada la Coracha. Nos quedamos estupefactas ante el buen estado de conservación de estas joyas históricas y al pensar que estamos pisando el mismo suelo que tantas civilizaciones anteriores.

Nuestro asombro crece al encontrarnos frente a dos edificios imponentes: la Casa Consistorial y el Banco de España. El primero, de estilo neobarroco con detalles modernistas, fue inaugurado en 1919; el segundo, de estilo neoclásico con pórtico columnado, se construyó entre 1933 y 1936. Siguiendo por la misma acera, antes de terminar la calle, contemplamos el edificio del Rectorado de la Universidad de Málaga, de estilo neomudéjar. ¡Cuánto arte concentrado en una sola calle! —pienso—, aunque el hambre empieza a hacer mella.

Continuamos nuestra búsqueda para reponer fuerzas, pero volvemos a detenernos: unas calles más al norte encontramos el Teatro Romano. ¡Madre mía! Se trata de los restos arqueológicos de un anfiteatro de la antigua Malaka, el principal vestigio de la presencia romana en la ciudad. Nos reafirmamos en nuestra dicha de caminar por calles que susurran historias de otros tiempos y otras gentes.

Finalmente, llegamos al local elegido para satisfacer nuestras papilas gustativas: El Tapeo de Cervantes, a escasos metros del Teatro de Cervantes y de la casa natal de Pablo Picasso, en la Plaza de la Merced. Es una tasca pequeña, pero con un ambiente muy agradable. Las paredes están llenas de detalles que evocan al célebre escritor y a su obra maestra. Un cuadro del hidalgo caballero preside la mesa donde nos sentamos.

Mientras elegimos qué degustar, escuchamos al resto de comensales: proceden de distintas partes del mundo, como nosotras. Dos mujeres suecas mayores terminan el postre y pagan la cuenta. Una pareja de alemanes enamorados sonríe de forma cómplice al brindar con sus copas de vino.

Nosotras, al lío: Marianne, Kerstin y yo pedimos cervezas con limón bien fresquitas; Gunilla, una copa de vino tinto. Para compartir pedimos ensalada con un buen aceite de oliva, croquetas de cocido y de verduras, flamenquín rebozado, palitos de berenjena con miel y boquerones. ¡Qué explosión de sabores, qué manera de disfrutar! La música española de los años 80 me transporta a mi adolescencia y siento esa juventud renovada que despiertan los sentidos. La simpatía del camarero confirma que los habitantes del sur tienen un carácter alegre y contagioso. No paramos de reír en toda la comida. ¡Formidable!

Satisfechas y con el estómago contento, seguimos callejeando por esta extraordinaria capital de la cultura, bañada por una luz especial y perfumada con olor a naranja en cada rincón. Me llama la atención la cantidad de azulejos en las fachadas: nombran calles, bares y restaurantes, e incluso citan frases literarias en bancos de plazas y parques. Otra obra de arte más entre las innumerables maravillas del día.

Al pasar frente al museo de Málaga, contemplamos un abanico de palmeras mexicanas que alcanzan los 25 metros de altura; su porte, majestuoso y esbelto, embellece aún más el entorno. No necesitamos entrar al museo: el arte más bello de Málaga está en sus calles, plazas y parques. Esta impresión se confirma al llegar al Palmeral de las Sorpresas, construido en 2011 en el muelle 2 del puerto. Es una estructura blanca que ofrece sombra a un paseo marítimo con vistas al faro, conocido como La Farola de Málaga. Desde allí contemplamos un hermoso atardecer, acompañadas por la música de blues y rock de una banda que toca voluntariamente. Nuestros cuerpos se mueven al ritmo, felices.

Anochece y nos sentimos plenas después de un gran día. Nos encaminamos al apartamento para descansar, no sin antes refrescarnos con un tinto de verano y unos mojitos en la terraza de una zona muy turística, cerca de la calle Larios. Más tarde, Silvia nos confirma que estábamos en “Guirilandia”. Aun así, su compañía me reconforta: me habla de Jorge y de sus aventuras en su juventud. Me alegra profundamente tenerlo presente y escuchar anécdotas desconocidas de aquel tiempo en que aún no nos habíamos encontrado. ¡Un lujo!

Silvia también tiene sus preocupaciones; me encanta escucharla y hacerle sentir que no está sola. Al llegar al apartamento pasamos por la calle Santiago, que me hace recordar, aún más, a mi amado hijo. Ellos siempre viajan conmigo allá donde voy. El pavimento, cubierto de mosaicos de piedra que forman dibujos originales, nos recuerda que caminamos sobre la historia viva de una ciudad única.

Silvia nos habla además del próximo Festival Internacional de Jazz, que comenzará a principios de noviembre. Tiene un programa de gran calidad, pero nosotras ya no estaremos para disfrutarlo: el viaje continúa y al día siguiente partiremos rumbo a Granada.

 

SÁBADO 25/10

El día comienza con una jornada de orientación por las calles de la ciudad sureña, con el objetivo de encontrar la estación de tren donde recogeremos el coche que nos llevará el resto de la semana por las carreteras andaluzas.

Durante esta tarea tan gratificante, Gunilla y yo seguimos descubriendo rincones encantadores que nos permiten disfrutar aún más del sabor malagueño. En las fachadas encontramos murales con imágenes de la vida cotidiana, cedidas por el museo Thyssen. En una de ellas se lee: «Vivir bien es un arte». Y damos fe de ello. Desayunamos unas suculentas tostadas de jamón con tomate y aceite frente al mar y dejamos Málaga con la certeza de que la vida es maravillosa y que disfrutar de los pequeños detalles es, sin duda, un verdadero arte.

 

Y mientras nos alejamos de sus calles, dejo que las imágenes, los aromas y los sonidos de Málaga sigan viviendo en mi memoria, hasta encontrarnos de nuevo en la próxima ciudad: Granada.




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