Jugando con la nieve.



La nieve es fría poesía. Como un manto de blanca pureza empapa la tierra y transforma el paisaje, de forma silenciosa y pacífica, dándole un toque de esperanza hasta la llegada de todos los sonidos y colores de la primavera. Durante los duros meses de invierno la nieve me infunde optimismo, pues ilumina las eternas y oscuras noches de esta época del año, magnificando los rayos de sol y reflejando la luz de la luna. La nieve es sinónimo de paz, tranquilidad y sosiego. Las suaves nevadas con los copos flotando ingrávidos en una mágica atmósfera invitan al recogimiento, la lectura o la contemplación. La nieve amortigua los sonidos y el silencio te envuelve para animarte a pensar, escuchar la voz interior y avanzar hacia nuevos caminos inexplorados. Al mismo tiempo, esta capa blanca incita al juego, las risas y la diversión. El bullicio infantil del patio de recreo en estas semanas es increíble. La cara de felicidad de los niños deslizándose en trineo por la colina o patinando en la improvisada pista de hielo de un campo de fútbol congelado lo dice todo. No hay temperaturas bajo cero que frenen el ímpetu y la energía que, a estas edades tempranas, se derrocha por los cuatro costados.

Aunque los niños no son los únicos que disfrutan. En la segunda mitad de mi vida sigo aprovechando las oportunidades que me ofrece el nuevo día. Ante una ventana de buen tiempo, no lo dudo, me calzo los esquís de fondo. Me dejo deslizar cuesta abajo y después, no sin esfuerzo, me impulso por las calles del pueblo nórdico donde vivo. En el lago helado, cubierto por una espesa capa de nieve, también puedo sentir esa sensación de libertad. Este espacio abierto, rodeado de naturaleza salvaje, me deja avanzar con mis esquís a máxima velocidad. No hay dos momentos iguales.

Sin embargo, no hay que ignorar los posibles riesgos que entraña la nieve. Se puede pensar que los accidentes mortales ocurren en las altas montañas, bajo temperaturas heladoras y en condiciones extremadamente adversas, pero la realidad nos ha golpeado esta semana para recordarnos que no podemos bajar la guardia. Un inesperado accidente, en un parque infantil nevado, le ha costado la vida a un joven vecino de tan solo siete años y nos ha encogido el corazón. La nieve, convertida esta vez en blanca mortaja, me ha llevado a sentir una inmensa y profunda tristeza y me ha hecho recordar que no hay que perderle el gran respeto que merece. Descansa en paz, pequeño, camina ahora en el país de la vida.


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