LA SALA VERDE
La sala verde
Valentina se había levantado bastante temprano y había decidido ir a dar un paseo por la playa para soltar nervios y cargarse de energía positiva. Era una mañana de sábado, el mes de septiembre todavía arrastraba el calor del verano. El sol acariciaba su rostro como un baño de luz y los rayos la envolvían haciéndola sentir relajada y tranquila. Caminaba por la orilla a esa hora en la que sólo el mar lame, con sus olas, la blanca y fina arena. A veces, después del paseo castigaba su cuerpo con unos minutos de ejercicio intenso, patinando por el paseo marítimo con sus botas de ruedas. Pero esa mañana no tenía tiempo para ello. La cita de la tarde le obligaba a priorizar. Se sentó en la terraza de uno de los chiringuitos, cuyo dueño apenas había colocado las mesas y sillas para los clientes más madrugadores. Se tomó un zumo de naranja natural con una tostada de pan con tomate y jamón.- “Qué poco se necesita para disfrutar de la vida”, pensó. -“Las cosas más sencillas son las que más placer producen”. Se quedó ahí sentada unos minutos más, contemplando la enorme dimensión del mar y dejándose arrullar por el rumor de las olas. Inhaló profundamente y se sintió preparada para la gran cita de la tarde.
Esa tarde, cuando Valentina apareció por el lateral del escenario, los murmullos del público se fueron apagando lentamente y finalmente se produjo un gran silencio, expectante. La sala verde de la Casa de La Cultura estaba repleta de gente. No cabía ni un alfiler. La conferencia se había anunciado con bastante antelación. “Agotadas todas las localidades”, rezaba el cartel anunciador. Valentina avanzó hacia la mesa instalada en el centro del escenario, donde dejó todo su material. Miró a la penumbra de la sala. Los focos del escenario le deslumbraban y no alcanzaba a ver el fondo del patio de butacas. Sabía que todas las miradas estaban puestas sobre ella. La conferencia había despertado un gran interés. Los actos culturales en el país estaban en alza. Surgían cada vez más escritores y se editaban más libros, que no solamente se compraban para adornar las estanterías de las casas, sino que además se leían. La apuesta por la educación y la cultura por parte del gobierno de la república desde hacía años,había dado sus frutos y por todos los rincones del territorio nacional se habían creado bibliotecas y centros culturales que iban apareciendo como champiñones. Las actividades literarias, musicales y artísticas, destinadas a diferentes tipos de público de todas las edades eran acogidas con un gran éxito durante todo el año.
- Quiero agradecer la presencia a todos ustedes y espero que disfruten de los minutos que vamos a compartir. Este es ya mi cuarto libro y como siempre, el último es el más importante. Todos los autores ponemos parte de nosotros mismos en las obras que creamos, pero la mayor parte del contenido proviene de la observación de la vida y del mundo que nos rodea.-
Continuó la charla con una breve descripción de su biografía, para presentarse ante los que no la conocían y explicó cómo la literatura había llegado a su vida. Comentó brevemente sus libros anteriores. Pensó que un poco de publicidad no le vendría mal, antes de centrarse en el objetivo que le había llevado hasta allí.
Todo transcurría con tranquilidad hasta que una de las asistentes levantó la mano para formularle una pregunta. La mujer estaba sentada en la primera fila y no le resultó difícil verla y analizarla.
Se trataba de una mujer mayor, podría tener la edad de su abuela, pero se le veía con un aspecto bastante más juvenil. Tenía una mirada limpia, sincera. Su rostro reflejaba serenidad. Su pregunta le cayó a la escritora como una losa. En la voz se intuía un pasado de sufrimiento , que seguramente habría superado. Valentina enderezó su postura en la silla, se sintió un tanto incómoda. Las palabras de aquella mujer se quedaron clavadas en su mente, parecía que se las hubieran atornillado en el cerebro: -“¿Eres consciente del importante legado histórico que llevas a tus espaldas?”
La autora se quedó sorprendida,“¿cómo sabe esta mujer que yo estoy relacionada directamente con la protagonista de mi libro?”, se preguntó.
Poco o nada se sabía de la vida personal de Victoria Suárez después de haber ejercido de presidenta de la República Española, al acabar la guerra civil. Durante los años que duró la guerra había jugado un papel indispensable en la vida política de la república. Con una gran capacidad de oratoria y negociación, había liderado la lucha por la igualdad de las mujeres en el trabajo, en el acceso a la cultura y en el desempeño de tareas directivas y/o de responsabilidad. Al acabar la guerra le propusieron la difícil misión de dirigir la nación y poner los cimientos para la reconstrucción del país. España era hoy, ochenta años después, un país muy avanzado tecnológicamente con una gran apuesta por la investigación y el desarrollo. Gozaba de un alto grado de igualdad entre hombres y mujeres en altos puestos ejecutivos, y la educación, la cultura y el deporte eran sectores estratégicos que habían ayudado al país en su transformación. La capacidad humana y de valores íntegros de la clase política actual no había surgido de forma espontánea. Victoria Suárez había dejado unas semillas tan enraizadas en la base , que ni siquiera un potente tornado habría sido capaz de llevárselas. El avanzado, libre y justo país que teníamos hoy se lo debíamos a ella, la abuela de Valentina.
Mientras esbozaba una respuesta que no le implicara, los recuerdos se le acumularon de golpe. Años atrás , cuando lo descubrió en la casa familiar de los Pirineos, le prometió a su abuela que el secreto de la familia no saldría a la luz. Cuando Victoria Suárez dejó la presidencia de la república, se retiró de forma anónima de la vida pública y nunca nadie más supo de ella. Se decía que había cambiado de identidad y que había formado una familia, pero nadie sabía dónde ni con quién. Su legado histórico era ya un mito,pero su vida privada continuaba siendo una incógnita. La idea de escribir este libro surgió al encontrar en la falsa de la casa pirenaica una cartera de piel llena de documentos , cartas, borradores de discursos, además del diario personal que le había ayudado a comprender la verdadera identidad de la yaya.
De repente volvió a la sala verde. Tenía que responder a la anciana que le había preguntado y no tenía ni palabras ni estrategia alguna para no desvelar el secreto familiar.
Aquellos segundos fueron eternos, pero la respuesta salió de sus labios como si la hubiera estado meditando toda su vida:
“Todos y cada uno de nosotros que estamos en esta sala, que vivimos en esta hermosa ciudad, que convivimos en este gran país, llevamos el legado de Victoria Suárez en nuestras espaldas. Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos por todo lo que hizo en su corto periodo como presidenta de la República Española. Sin Victoria Suárez este país no sería lo que es hoy y no estaríamos aquí sentados.”
De esta forma tan elegante respondió a la pregunta de la anciana y todo el público rompió en un enorme y acalorado aplauso. Valentina había cumplido la promesa a su abuela, su secreto estaba a salvo. Había logrado dar continuidad a la vida personal de Victoria Suárez, después de su etapa en la vida pública. En este último libro que había escrito quedaba reflejada la sencillez y la naturalidad con la que aquella gran mujer había pasado el resto de sus años, cuidando de los suyos, con otro nombre, con otro aspecto, pero con la misma esencia: valiente, justa, generosa, íntegra, culta. Exactamente con los mismos valores que definían el país del que todos los allí presentes, en aquella sala verde, se sentían orgullosos de pertenecer.
Nota: A veces resulta muy gratificante soñar con un mundo mejor
Me encanta. Lo que soñamos refleja quienes somos y a donde queremos ir. Sigue sonando.
ResponderEliminarGracias, MPilar. Ante realidades inciertas, siempre nos quedará la palabra para soñar con mundos mejores. Un abrazo.
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