MI PASIÓN
Mi Pasión
Hoy, en vísperas del día de los enamorados, me vienen a la cabeza
innumerables escenas de amor. Historias cercanas, como el amor hacia mi mejor
compañero de aventuras o el profundo y sin medida amor hacia mis dos queridas y
preciosas hijas y mi amado hijo. Pero también hacia otras grandes pasiones que
me acompañan desde mi más tierna infancia.
El esquí ocupa el primer lugar en esa lista de pasiones. Son pocos los
meses en los que se puede practicar esta disciplina invernal, ya sea en
montañas, lagos helados o circuitos con huellas bien definidas. Sin embargo,
son suficientes para experimentar una indescriptible sensación de libertad. Al
deslizarme sobre el manto blanco, subida a dos sencillas tablas e impulsada por
un par de bastones, ocurre algo mágico. Es como si las tablas se transformaran
en alas y, de repente, pudiera volar. La velocidad que alcanzo, cada año menor
por la prudencia que trae la edad, me permite sentir el aire fresco en el
rostro y me conecta con la vida, con la naturaleza que me rodea, con el
presente, con la realidad.
Esta gran pasión comenzó en mi infancia, en el seno de una familia
numerosa. Mis padres nos introdujeron en el esquí cuando cada fin de semana nos
llevaban a la montaña, una excelente rutina para agotarnos y garantizar tardes
tranquilas. Primero fueron los cursillos de iniciación en el Club San Bernardo,
lloviera, nevara o hiciera un frío intenso, seguidos por los de
perfeccionamiento. Más tarde, incluso me atreví a dar clases a los más pequeños
del club. Fueron años fantásticos, en los que la estación de Candanchú se
convirtió en mi patio de recreo de fin de semana. Allí aprendí valores
fundamentales como el esfuerzo, la disciplina y el espíritu de superación. Los
recuerdos de aquella época se entrelazan entre emocionantes aventuras en las
pistas, divertidas comidas en el refugio con las familias del club y las tardes
construyendo iglús y toboganes helados, terminando siempre chipiados y
exhaustos.
Tampoco quiero olvidar las inolvidables semanas blancas organizadas por el
colegio, cuando compartía esta pasión con mis compañeros y amigas. Cada detalle
permanece en mi memoria: el trayecto en autobús desde Jaca hasta las pistas,
entre canciones, chistes y bromas; la selección de grupos por nivel y del
monitor que nos guiaría toda la semana; y, sobre todo, el lazo de amistad que
se fortalecía con cada jornada de aventuras. Una delicia.
Más adelante, gracias al fantástico club jacetano Mayencos, me inicié en el
esquí de fondo. Los cursillos navideños me dieron las bases para adentrarme en
esta disciplina en los calmados y serenos paisajes nórdicos.
Antes de llegar a esta última etapa de tranquilidad, quiero recordar mi
paso por el esquí de travesía. Gracias al gran amor de mi vida, mi querido
Jorge, aprendí a colocar pieles de foca en los esquís, a usar cuchillas, a
perfeccionar la vuelta maría, a contemplar las montañas desde otra perspectiva,
a escuchar y a observar. Pero, sobre todo, aprendí a mimetizarme con la
naturaleza pirenaica, sintiéndome parte de ella, lejos del bullicio de las
estaciones de esquí. Los descensos desde la cima del Bisaurín (2670 m), el
Garmo Negro (3051 m) o el pico Sabocos (2757 m) fueron de las mejores
experiencias de mi vida. Deslizarnos sobre nieve virgen, abriendo huella, en
silencio, disfrutando cada giro y siendo conscientes de que vivíamos algo único
e irrepetible.
Ahora, a mis cincuenta y cinco años, me encuentro en una etapa más
tranquila, redescubriendo el esquí de fondo tras tantas aventuras pirenaicas.
En mi entorno actual no hay grandes montañas, pero los paisajes nórdicos, con
sus bosques profundos y lagos inmensos, son el escenario perfecto. Esta
disciplina no solo ejercita el cuerpo de forma completa, sino que también es un
refugio mental, un espacio de calma y paz. Sin embargo, esta serenidad no me
impide asumir nuevos retos: el próximo 24 de febrero participaré en la
Vasaloppet, en su versión reducida de 45 kilómetros, junto a mi querida amiga
Sonia.
Así que, a esta edad, sigo siendo fiel a mi gran amor, que me acompaña
desde que tengo uso de razón y me hace sentir y vivir experiencias únicas. Un
amor que se hace presente apenas dos o tres meses al año, pero que sigue
latente el resto del tiempo en los recuerdos, en los retos alcanzados y en los
preparativos para futuras aventuras.
Hoy, como antesala del día de San Valentín, me declaro eternamente
enamorada de mi gran pasión.
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