SURCANDO LAS OLAS

 

Nadie nos enseña a afrontar las tormentas de la vida. Nos lanzamos al mar sin un manual de instrucciones, sin saber exactamente cómo manejar la embarcación cuando los vientos soplan en contra. Así me siento cuando la vida me ha obligado a navegar en aguas desconocidas, enfrentando retos que jamás imaginé. Quedarte viuda a una edad temprana es como perder de golpe el mapa y la brújula, teniendo que aprender a ajustar las velas sin más referencia que la intuición y la voluntad de seguir adelante.

En estos momentos, me acuerdo de las palabras de Jorge que resuenan con fuerza: “Sería divertido poder cambiar el pasado o adivinar el futuro, pero entonces nos olvidaríamos de vivir el presente”. Y es cierto. Nos empeñamos en intentar descifrar lo que vendrá o corregir lo que ya pasó, pero en ese intento nos privamos del aquí y el ahora. La vida se saborea en cada instante, con sus luces y sombras, con sus retos y sus alegrías. Es en ese vaivén donde acumulamos experiencia, donde crecemos, donde encontramos sentido.

Sin embargo, para manejar nuestra embarcación con seguridad, necesitamos equilibrio, no basta con resistir las tempestades de cualquier forma. Entonces, puede resultar de ayuda ser conscientes de los cuatro motores que impulsan nuestra vida, como describen Pilar Jericó y Michel Pirson en su último libro: Descubre lo que de verdad te mueve (2024). Primero, hemos de cubrir nuestras necesidades básicas y encontrar satisfacción personal. Segundo, vincularnos con un grupo, sentir que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos, sintiendo el amor, la amistad o el cuidado. Tercero, comprender, aprender, acumular conocimientos para entender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos . Y cuarto, defender lo que tenemos para obtener seguridad física y psicológica. Solo cuando estos cuatro motores funcionan en armonía, podemos liderar nuestra vida con determinación.

En mi caso, la búsqueda de identidad ha sido un viaje constante. Entre la identidad pirenaica y la nórdica, me he encontrado en tierra de nadie, o quizás en tierra de todos. En España, soy “la sueca”; en Suecia, “la española”. Un desarraigo aparente que, con los años, he aprendido a ver como una riqueza. No pertenecer del todo a un solo lugar me ha permitido ser ciudadana de ambos, recoger lo mejor de cada cultura y construir mi propio hogar en medio de dos mundos. Como dice Jorge Drexler en su canción Movimiento : Yo no soy de aquí, pero tú tampoco, de ningún lado del todo y de todos lados un poco. ¡Me encanta esta canción! 

Así que sigo navegando, ajustando las velas cuando es necesario, disfrutando del viaje. Tengo cubiertas mis necesidades básicas, gracias a mi propio trabajo y me siento satisfecha del trayecto recorrido. Estoy vinculada a un grupo de personas maravillosas que me hacen sentir parte de algo más grande que yo misma y aunque no los vea físicamente todos los días, viajan conmigo allá donde voy. No comprendo todo lo que me rodea, pero sigo sintiendo curiosidad, y es eso precisamente lo que me motiva para seguir aprendiendo, leyendo o escuchando. Y por último, soy capaz de defender no ya mis pertenencias, sino mis valores y creencias, que son los que me han moldeado y hacen que siga avanzado en este viaje tan apasionante. 

Porque al final, no se trata de llegar a un destino fijo, sino de aprender a surcar el mar con confianza, con valentía y con la certeza de que, sin importar los vientos, siempre encontraremos nuestro rumbo.

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